Centenario de la plaza de Santa Olalla (y III)

Un día de toros en Santa Olalla del Cala

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Paseíllo en Santa Olalla.
Paseíllo en Santa Olalla.

Este fin de semana se conmemorá el centenario de la plaza de toros onubense de Santa Olalla del Cala, una joya de la Fiesta taurina en la provincia de Huelva. Hoy publicamos la tercera y última entrega de una trilogía de reportajes que repasa algunos datos históricos y curiosos de la ya centenaria plaza onubense.

Vicente Parra.-

     ¿Cómo es un día de toros en Santa Olalla? Porque en esta bendita tierra los festejos taurinos se viven desde primeras horas de la mañana y, especialmente, en estos días de la Feria. A media mañana, los aficionados se van reuniendo para empezar a comentar lo que va a acontecer horas más tarde. Poco a poco se van dirigiendo a la plaza porque el desencajonamiento va a empezar si no pudo llevarse a cabo el día anterior y, si ello fue así, se hacen los primeros comentarios en torno a la presentación del ganado. Es el primer rito de la fiesta taurina en Santa Olalla. Las reses a lidiar van saliendo una a una, mientras los aficionados van haciendo sus propios comentarios sobre su presencia y sobre sus posibilidades de embestir. Como los empresarios conocen el gusto de los olalleros, suelen esmerarse en buscar reses apropiadas para los festejos, pues saben que, en caso contrario, no será amplia la afluencia en los tendidos.

     Paulatinamente, bajo las sabias directrices de José ‘El lirio’, el torilero, y sus ayudantes, Manuel Mejías, Juan Carrasco y El Zorro, a pesar de sus miedos, se van encerrando los astados. Una vez más, los conocimientos y experiencia de este hombre, que heredó el puesto de su padre, hace que el encierro concluya pronto para que Francisco ‘El Popo’ y Antonio ‘El Pescaor’ inicien su tarea de alisar la arena y dejar expedito el ruedo, donde por la tarde los toreros van a hacer disfrutar a los olalleros. Mientras tanto, Vicente Núñez y Jesús Rodríguez ya están embelleciendo a los corceles que, como aguacilillos, les servirán para abrir el ritual del paseíllo. Gregorio Álvarez hijo prepara la pintura roja con la que delimitará las rayas del ruedo y Julián Oliva espera la hora del sorteo para preparar las tablillas con los datos fundamentales de las reses que van a saltar a la arena, porque en Santa Olalla se cuidan todos y cada uno de los detalles. Son algunos de los hombres que, con su trabajo, eficaz y meticuloso, hacen que el festejo pueda revestir toda la brillantez de la parafernalia de este tipo de espectáculos. Ellos, como los mozos de plaza, suelen hacer gratuitamente este trabajo porque, en definitiva, ellos quieren contribuir al esplendor y al engrandecimiento de la fiesta taurina en Santa Olalla. A ellos, el reconocimiento y la admiración por cuanto sin su oscuro quehacer no podría haber festejo.

     Mientras tanto, algunos recuerdan un ayer no tan lejano, cuando en la carretera, donde estaba la pensión de La Elvirita e Isidorito, se asomaban a las ventanas de las habitaciones, donde, colgados en viejas sillas, se encontraban los trajes refulgentes de los toreros y con cuya visión algunos chavales soñaban en ponérselos alguna vez y, vestidos en ellos, triunfar. Hoy, los toreros se siguen vistiendo en la misma casa, aunque reconvertida en el Hostal Carmelo, donde, según van pasando las horas, se reúnen muchos forasteros que han llegado para vivir los festejos taurinos de la Feria de Santa Olalla y con los aficionados locales conforman unas tertulias que ya quisiera para sí el sevillano Hotel Colón durante los días de la Feria abrileña.

     Después de haber vuelto a disfrutar de un esplendoroso mediodía en el recinto ferial, los aficionados se dirigen hasta la plaza de toros. Algunos caminan como si fueran ellos los que, dentro de unos minutos, van a recorrer el corto camino que hay entre el amplio patio de cuadrillas y el palco presidencial; otros van soñando que ellos serán, algún día, los protagonistas de esas tardes de gloria taurina. Otros, con muchos paseíllos en su mente, recuerdan cómo en un ayer muy cercano, a esa hora, Santa Olalla comenzaba a llenarse de forasteros que, atraídos por sus festejos taurinos, recorrían sus calles desde la estación de ferrocarril hasta el hoy ya centenario coso taurino.

     Poco a poco los espectadores se van acomodando en sus localidades. Afortunadamente, ya se ha perdido aquella costumbre que existía de colocarse en la primera fila y dejar caer las piernas sobre la pared. Más de un susto se han llevado los protagonistas y los demás espectadores con estas acciones de valentía. Desde hace años, esto ya no es posible, gracias a la eficaz gestión del Ayuntamiento al querer embellecer la ya de por sí guapa plaza de toros olallera y contar con un amplio y cómodo callejón, por el que los toreros pueden desplazarse con comodidad mientras los mozos de espada pueden realizar con toda la seguridad sus tareas, y, en las troneras de los burladeros, luce con esplendor el escudo de la localidad.

     Llega la hora anunciada y Joaquín Duran, con el asesoramiento de ese gran torero que fue, es y será Antonio Martínez, a quien todos conocemos como ‘Finito de Triana’, saca su pañuelo blanco para ordenar al director de la Banda de Música que rompa el primer pasodoble de la tarde…


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