AL NATURAL

Concha y Sierra

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Novillo de Concha y Sierra con seriedad de toro. (FOTO: Ladis)
Novillo de Concha y Sierra con seriedad de toro. (FOTO: Ladis)

«…Con el desfalco de Concha y Sierra, España pone de manifiesto su regoldador pancismo y su prisa por paliar la inmediatez de su miserable quebranto. El hasta hoy propietario de la legendaria vacada no ha sido consciente de que no regentaba una ganadería con la que mercadear, sino que custodiaba un caudal macerado en una corriente de siglos…»

Francisco Callejo.-

     En esa meridional esquina por donde el sol resbala hacia poniente como un enigma de acero y fuego para crepitar en la fragua de un mar de desinencias y acabamientos, una estirpe de vario y súbito pelaje ponía color a este siglo XXI con la timidez de lo residual y recluido. Toros de trazo fantaseado y testimonial maceraban de historia y niebla un campo varado en la rocalla de centurias pretéritas y sucumbidas. Por donde muere el día y la memoria, Concha y Sierra despertaba al albacea de una historia de mitologías y posibles, al translúcido narrador de una crónica de sucedidos que crujían al fuego de astillados ramales de acebuche y atardecida.

     Confinada a una cláusula de compartimentos y nomenclaturas, la ganadería vazqueña por excelencia, penaba la barrosa y desatinada corriente del correr de los gustos. En un mundo delicuescente, hedonista y banal no hay lugar para la epopeya. Ni siquiera para la recordación. Con Concha y Sierra emigra a Francia un último temblor de dignidad desaguada, una evanescencia de hidalguía malvendida, una recortadura de alcurnia malbaratada.

     Esta Fiesta de hoy, homogénea, monocorde, rutinaria y estacionada, adolece de intolerancia al imprevisto, sucumbe ante lo incidental y procura mantenerse ajena al volandero correr de la fortuna desdeñosa del estribo. Demasiado tibia para el concluyente y vigoroso zarpazo de una aventura sin afeites, excesivamente licuada para el desgarrón de un albur bronco y montaraz. Hoy parten a esa Francia academicista y atildada, pretenciosa y teatral, afectada y retórica, a mustiarse en el formol de su expositor de rarezas; a engordar la tácita arrogancia de una afición ayuna de sol y excedida de aliño.

     Con el desfalco de Concha y Sierra, España pone de manifiesto su regoldador pancismo y su prisa por paliar la inmediatez de su miserable quebranto. El hasta hoy propietario de la legendaria vacada no ha sido consciente de que no regentaba una ganadería con la que mercadear, sino que custodiaba un caudal macerado en una corriente de siglos. Una cuota de patrimonio que, por no reglada ni sujeta a visajes formales enguatados en hechura de moneda y timbre, la hacían más nuestra por más solariega y más telúrica.

     Descuidada de un colectivo que sólo mira hacia delante sin considerar que al correr del tiempo la Fiesta no sólo evoluciona, sino que pare Historia y con ella el ramaje de obligaciones que le son por ello inherentes, deja morir a la sombra de su comunal y cainita pluralidad los mimbres que han hecho posible su hoy para enaltecer en el altar de su egolatría su estupidez, su ignorancia y su necedad.

     Comisiones de pegote, como la del tal Angulo (¡que nefando pareado!), adscritas a un ministerio de Cultura valedor del regojo e instalado en el pelotazo institucional, no hacen sino bulto con objeto de optar a corretajes y reuniones baldías e ineficaces con cargo al gasto estatal; pero cuando llega el momento de velar por la intrahistoria que sombrea y vertebra nuestra Cultura llamados son andana. Matadores, igualmente, que alimentan un guerracivilismo de aldea y egos financiado por quienes siempre subvencionan los enfrentamientos: los que de ellos se nutren. Gentes de todo pasto que a la hora de no permitir que a nuestra Historia se le desvanezca y decolore un capítulo miran hacia otro lado. Coquilla, Vega-Villar, Graciliano, Urcola,… Concha y Sierra.

     Hemos vuelto a perder. Y lo peor, es que de la derrota no hemos hecho sino una costumbre. Somos los involuntarios espectadores de todo ese muestrario de vecindonas peleando por la col más fresca. Todo ese vitral a través del que podemos ver cómo todos cuantos viven de esto viven a esto ajenos, porque su guerra es otra. Iletrados, arribistas y mastuerzos sucumben a la codiciosa fécula de su analfabetismo.

     Por entre la baldía marisma, la memoria se adelgaza obligándosele a tomar las decembrinas aguas de la Camarga. Nos expolian de Concha y Sierra; nos desgarran el ayer; nos escupen a la cara que somos pueblo sin raiz ni heredad, sin patria y sin voluntad, sin norte y a la deriva.

     Donde antaño Juan Belmonte se quitaba el sombrero en pago a una fortuna despintada de metálico, hoy no queda sino la niebla de una desmemoria que nos recuerda que no sabemos ser grandes donde supimos ser bravos.


*Publicado en el blog ‘La Charpa del Azabache’.

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